lunes, 27 de septiembre de 2010

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no sólo las desgracias vienen en paquetes de tres unidades. las chambas, las borracheras, los amigos panzones, los pleitos en un día, la cantidad de altos que se pueden pasar de una, las horas que se puede dejar de comer, las amigas rubias, los gigas libres en la computadora, los días de vacaciones, las plantas que han pasado por esa maceta sin sobrevivir, los miles de pesos de deducible, los intentos necesarios para salir victorioso, las llamadas a la familia lejana, los celulares que se nos han muerto en el wc, las quesadillas para tapar aunque sea una muela, las ganas que dan de llorar en el dentista, las veces que hay que intimar para poderle decir "the one".


el contenido neto de la vida pareciera querer decirnos algo con desesperación.


por otro lado, quizás y muy probablemente la vida no sea otra cosa que un costco.

jueves, 9 de septiembre de 2010

el 16%

la guerra con mi contador se ha puesto peor. ahora que la violencia sale tan barata, la idea de pagar a alguno que vaya a vandalizarle algo, no sé, el coche, la vida, se me ha pasado por la cabeza. también se me pasa convertir los últimos incidentes, una vez más, en un asunto representativo de otro: no sé, de pronto siento nuestra relación como una especie de ejercicio actoral, unas prácticas profesionales de desdén y dignidad mariafelixiana.

la cosa es que le escribo mails y le grito por teléfono, digo frases tan deplorables como: "¿o qué? te tengo yo que decir cómo hacer tu trabajo?" o "no siento que el servicio que me das esté en línea con lo que estoy retribuyendo". es tan liberador que me cuesta creer que 28 años he vivido sin el goce de la pedorrez.

estoy muy consciente de que todo puede ser un desliz paranóico mío. bien puedo ser una avispa atrapada en un vaso de plástico, en un picnic familiar -cubas friendly- en chapultetrepo. no sé. eso tampoco importa. importa que lo odio y que seguramente me odia. me odiará porque soy un pain in the ass, y porque soy su cliente menos importante. y ese es el asunto, ese es el desliz: nadie quiere saber que es el cliente menos importante de nadie. nadie quiere, de veras.


a ver, entonces, ¿qué le quiero decir a través de los manotazos, de las llamadas llenas de insultos y de vigor? le estoy diciendo que me quiera. les estoy pidiendo que me quiera, se lo estoy exigiendo que para eso le pago.

y no, no, no siento que el servicio que me da esté en línea con lo que estoy retribuyendo.